En su obra "Las cárceles, el último eslabón del sistema de justicia penal", el ex procurador general de la República, Radhamés Jiménez Peña, traza una radiografía del sistema penitenciario dominicano. A través de un recorrido histórico y jurídico, coloca sobre la mesa una realidad persistente: la crisis estructural que afecta a las cárceles del país, marcada por el hacinamiento, el abandono y la fragilidad institucional.
El análisis parte desde los orígenes del sistema carcelario nacional, con la emblemática Fortaleza Ozama, construida entre 1502 y 1507. Aunque inicialmente concebida como instalación militar, pronto se convirtió en centro de detención. Sus muros acogieron a figuras clave de la historia dominicana y del continente: desde Cristóbal Colón y sus hermanos Diego y Bartolomé, hasta Juan Pablo Duarte, Ramón Matías Mella, Francisco del Rosario Sánchez y otros próceres de la independencia. Incluso presidentes como Jacinto Peinado y Horacio Vásquez pasaron por sus celdas.
Siglos después, el rostro de la reclusión tomaría una forma mucho más cruda. La Penitenciaría Nacional de La Victoria, inaugurada el 16 de agosto de 1952, se convertiría en uno de los principales símbolos del colapso penitenciario. Durante los "Doce Años" del gobierno de Joaquín Balaguer, el penal alcanzó notoriedad bajo la etiqueta de "cementerio de hombres vivos". Diseñada para albergar 1,200 internos, llegó a concentrar en momentos críticos a más de 7,000 personas, según detalla Jiménez Peña. Una sobrepoblación que aún persiste, transformando el centro en un punto neurálgico de los desafíos que enfrenta el sistema.